El Sueño del Poeta: ¿Realidad o sueño?
Mis versos se van, siguiendo cierto aire de amapola, pero seguirán vivos en: http://airedeamapola.blogspot.com/

martes, 16 de junio de 2009

¿Realidad o sueño?


I

Las mismas finas y rígidas láminas de múltiples colores se extendían hasta donde alcanzaba mi vista y crujían bajo mis pisadas. Varias esferas luminosas brillaban en el cielo y emitían bellos rayos de luz rojos, naranjas, amarillos, verdes, azules, añiles y violetas, que se reflejaban sobre las brillantes gotas húmedas que descansaban sobre las láminas. Las esferas siempre estaban allí, por lo que hablar de días era totalmente falso (la procedencia de dicha forma de expresar el paso del tiempo me es desconocida), por lo que lo más correcto era decir que, simplemente, pasaba el tiempo.

Yo llevaba mucho caminando. Sí, caminando, sin más, no había camino, ni zonas oscuras ni claras, solo había finas y rígidas láminas abajo que crujían bajo las pisadas y las perpetuas esferas en lo alto. Sí, supongo que os lo imaginaréis, pero lo corroboro: era muy, muy aburrido. Caminaba monótona y automáticamente, como un animal irracional, con la cabeza baja y la mirada perdida. Mis pensamientos… creo que es arriesgado decir que los tenía. Lo mismo que mis sentimientos.

Un día (o, mejor dicho, una vez), cuando ya había perdido toda esperanza de encontrar algo que no fuesen las láminas abajo y las esferas en lo alto, caminaba monótonamente cuando, de repente, choqué contra algo. Del susto caí hacia atrás. Me levanté alertado y desconcertado. Nunca había encontrado nada, ¿qué hacer ahora que lo había hecho? Me dije que primero lo mejor era observar, así que levanté la mirada.

Tal era el grado de mi ensimismamiento que ni siquiera me había dado cuenta de que hacía rato había sido cubierto por la sombras (aquí, donde siempre todo estaba iluminado), pues sobre mí se elevaban dos inmensas moles. Tardé un momento en darme cuenta de que eran seres, seres vivos, pues se movían. Este movimiento fue lo segundo que me llamó la atención en ellos (después de la altura): caminaban al mismo tiempo, siendo la pisada de uno una réplica de la del otro, solo que con pies contrarios (izquierdo o derecho). Me quedé mirando fijamente su andar durantes unos instantes, absorto ante su perfección. Lo siguiente que me llamó la atención fueron sus colores, totalmente opuestos: uno era blanco, el otro negro.

Continué andando para no perderles e intenté llamar su atención de todos los modos posibles. Sin embargo, no contestaban, parecía que no notaban que estaba allí. “Después de todo, soy minúsculo en comparación con ellos”, pensé, algo entristecido, pues parecía que iba a seguir sin encontrar compañía, compañía de verdad.

Me quedé parado, contemplando cómo se alejaban. Izquierda, derecha. Derecha, izquierda. Tan perfectos. Tan solemnes. Tan opuestamente iguales.

Los perdí en el horizonte y seguí caminando, ahora en otra dirección. Esperanzado, pues ahora sabía que no estaba solo en “esto”, avanzaba con la mirada alta y viva buscando algún otro ser. Seguí así mucho tiempo hasta que volví a caer en la monotonía y el aburrimiento, en la mirada baja y el ensimismamiento, sin encontrar a nada ni a nadie, mientras las finas y rígidas láminas de múltiples colores continuaban con su eterno crujido continuo bajo mis pies y las esferas seguían iluminándolo todo. Casi hasta echaba de menos la compañía de aquellos dos magníficos seres.

Llegó una vez (no un día), quién sabe después de tanto tiempo en este profundo estado de insensibilización, que me detuve extrañado. Cada vez lo notaba más fuerte. Aquí, allá, izquierda, derecha, arriba, debajo, delante… Ese tintineo en el silencio, esa suave magia poderosa que desde hacia mucho, sin yo saberlo, me había estado atrayendo hacia un punto fijo. Parecía que llegaba. “Por fin”, me dije, aunque tampoco sabía que esperaba encontrar como para decir eso. Desde luego, nunca podía haber imaginado lo que encontré.

Iba a dar un paso aparentemente como cualquier otro (mientras sentía la fuerza cada vez más cercana) en la eterna estepa laminada, pero mi pie no llegó a posarse. De repente, desapareció todo. Las esferas, las láminas, todo. Me encontré flotando en un vacío negro infinito. Pero me movía. Me fijé y me di cuenta de que un punto luminoso a lo lejos cada vez se hacia más grande. Me acercaba a él, o él se acercaba a mí (aunque prefiero pensar lo primero por ser lo menos irracional). Por fin llegué a su lado (o él llegó al mío). Era lo más bello que jamás haya podido ver y aunque viviera por siempre seguiría teniendo que decir lo mismo, estoy seguro. No podéis imaginarlo, pero aún así me molestaré en describirlo (inútilmente). ¿Cómo no hacerlo?

Eran grandes haces de luz, destellos de todos los colores imaginados y por imaginar, se movía como arrastrados por una leve corriente invisible que los hacía girar (aunque con órbitas totalmente imposibles de reproducir en palabras) entorno a un “algo” interno, un núcleo, un simple punto brillante en el centro. Lo más bello y aún más imposible de describir. Pensad en lo más bonito que hayáis visto en vuestra vida. Multiplicad su belleza (si es que se puede hacer tal operación) por infinito. Entonces comprenderéis a lo que me refiero.

Apenas duró este momento (que tanto me demoro en describir) un ínfimo instante. Sin embargo, siempre lo recordaré. Y, justo al final, cuando se me acercó el pequeño punto brillante. Se acercó a mi oído y susurró algo. Yo no lo entendí.



II

Vivo en un pequeño piso a las afueras de una ciudad pequeña. ¿Su nombre? Nunca me ha interesado, así que no puedo decirlo. Una ciudad cuyos edificios, al menos en la zona centro, son bastante feos (por qué negarlo), de colores grises y marrones. Quizá lo único que se salva es la bahía, donde se esmeraron algo más, aparte de estar también embellecida por el siempre brillante y oscuro mar. El clima es bastante bueno, nunca hace demasiado calor ni demasiado frío. También es bastante común estar cubierto por un triste manto gris con clara tendencia a llorar.

Ya ha pasado mucho tiempo, mucho. No, no soy tan mayor como podréis pensar por el comentario anterior, aunque, la verdad, nunca me he preocupado por mi edad, por lo que no la sé (tampoco me preguntéis por mi nombre, el caso es el mismo). Esa despreocupación por estos temas me hace volver a lo que decía antes de empezar a enrollarme, tiene su origen entonces, hace mucho tiempo, antes de que naciera. Recuerdo todos y cada uno de aquellos momentos (se podría decir que tengo una memoria prodigiosa), pero no como solemos recordar aquí. Pues “allí” (el lugar del que hablo) no había nombres, ni propios ni comunes (excepto los más simples), todo se definía por formas, texturas, olores, ruidos, colores... se dejaba a un lado todo el incómodo “mundo de los nombres”. Tampoco existían los días (aún no me he acostumbrado a ellos del todo), solo el tiempo. Por eso estas peculiares “manías” mías.

He preguntado a mucha gente si también recordaba todo lo que había sentido y “vivido” antes de nacer. Algunos me tomaban por un bromista y, o bien se reían, o bien seguían “la gracia”. Otros se limitaban a mirarme raro. Así, he decidido llamar a todo eso que recuerdo “sueños” (es tan incómodo dar nombres… solo lo hago para que me entendáis). Así se suelen llamar a las vivencias imaginarias, y he llegado a pensar que quizá lo sean, ya que nadie más las recuerda; y además nunca “en vida” he tenido lo que los demás llaman sueños, así que me parece un término adecuado. Ahora ya, después de toda esta aburrida explicación, podréis (lo que era mi objetivo desde el principio), ayudarme a responder a la pregunta:

“¿Qué es verdad, la “realidad” (después de nacer) o los “sueños”?


III

Es una sala blanca y fría que, unido al aparatoso pitido de alguna máquina cuya función desconozco, se podría calificar sin duda como incómoda. Hay demasiada luz y es un espacio muy pequeño en comparación con las grandes extensiones que a mí me gustan. Entre sábanas blancas, estirado y sin apenas moverse, en una camilla con estructura de hierro, yace un cuerpo. Bueno, no uno cualquiera, es el mío. Aunque tampoco sé que tengo de especial como para arriesgarme a decir que no soy uno cualquiera. ¿Mis “sueños”? Quizá…

De repente, algo cambia. El pitido empieza a ser cada vez más débil. “Se estarán acabando las pilas de la máquina.”, pienso sin llegar a entender mucho, “Aunque bueno, así al menos dejaré de oír el impertinente pitido”. Como si estuviera debajo del mar, me llega el amortiguado susurro de las cortinas que tapaban mi pequeño espacio (unas cortinas de un verde pálido, muy feo, la verdad). Pienso que será alguno de los niños grandes con bata blanca, guantes y mascarilla que suelen venir a visitarme (yo se lo agradezco mucho) y a contarme cosas que no entiendo. Yo sólo entiendo mis “sueños”, sin palabras, sólo formas, colores, olores, ruidos, texturas… Sin embargo, no he llegado a ver al niño de blanco, la luz penetrante se ha ido. “Por fin han comprendido lo incómodo que era”, pienso.

Ahora, ya tranquilo, vuelvo a replantearme la cuestión en la que tanto he pensado: “¿Qué es verdad, la “realidad” o los “sueños”?”. De pronto, venida como de un leve susurro incomprendido y lejano, halló la respuesta:

“No importa el nombre, ambos son lo mismo. La verdad, aunque sea mentira, es verdad si creemos en ella.”

Al fin podía descansar tranquilo. Y vivir de verdad…

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Consulta de Jorge

En principio, y de hay viene la url de la página, este blog se llamaba "La Consulta de Jorge", en honor al gran libro de Jorge Bucay "Déjame que te cuente". Además, un personaje que casualmente llevaba mi mismo nombre introducía los textos que escribía. Como esto último ya no es así, he decidido cambiar el nombre a "Sueño del Poeta".